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Por sistema, todos los artículos aquí colgados, han sido antes enviados a los medios escritos de comunicación con la intención de que sean publicados. En algunos casos, lo han sido y, en otros, no.

miércoles, 5 de marzo de 2008

LIBERTAD DE EXPRESIÓN, BOICOT A LOS MEDIOS Y POLÍTICAS INFORMATIVAS

Quienes no comulgamos con las corrientes dominantes, tanto en política, como en ideología, cultura, actitud social, etc., quienes, más bien, creemos que con este sistema explotador nunca los asalariados vamos a alcanzar la verdadera libertad, quienes creemos que nuestra libertad como individuos sólo se dará si viene acompañada, a su vez, de la libertad como pueblo al que pertenecemos, quienes, por todo esto, nos encontramos en franca minoría, todo hay que decirlo, a menudo nos desesperamos con ciertas actitudes o actuaciones, tanto de políticos, como de medios de comunicación (por no extendernos a otras instancias tales como sindicatos, patronales, Iglesia etc.). Provocan en nosotros reacciones de escándalo, de rechazo radical y profundo, y suelen impulsarnos a reclamar el boicot abierto, público y colectivo, hacia quienes llevan a cabo tales actuaciones o mantienen tales actitudes.

Generalmente, sobre todo, cuando lo que nos solivianta es un medio de comunicación, este tipo de respuestas se producen cuando sus actuaciones son puntuales y rayan en la provocación y la afrenta, y desbordan todos los vasos de la paciencia. Pero, también es cierto que, suelen durar lo que dura el hecho puntual que las produce, o sea, la mayor parte de las veces, poco. Tales reacciones suelen ser fruto de un calentón, legítimo, lógico, pero, calentón, en definitiva. Y, también, pasajero. No se suelen hacer llamadas al boicot en frío, o cuando lo que nos hiere es algo continuo y permanente.

Y, es por eso, por lo que voy a centrar estas reflexiones en analizar y caracterizar la actitud permanente de los medios de comunicación que operan en Cantabria (y que podríamos llamar cántabros), a descubrir su componente esencial último, su peso en nuestra opinión pública y, hasta qué punto nos tienen en cuenta, aunque no sea más que para desprestigiarnos y aislarnos. Y lo voy a hacer centrándome, fundamentalmente, en la prensa y, en concreto, en “El Diario Montañés”, porque es en los medios escritos en los que podemos hablar de medios cántabros, aunque no sea más que por su origen más o menos cántabro y su prolongada existencia, y de los cuales podemos analizar, con más fundamento, su evolución. Parto, por lo demás, del hecho de que quienes nos movemos en la orilla de una izquierda cántabra inconformista, solemos centrar nuestras críticas y comentarios principalmente en torno a El Diario Montañés (al que hemos convertido en el icono de la reacción en Cantabria), algo menos en Alerta, prestamos alguna (o poca) atención al fenómeno de la proliferación de los periódicos gratuitos, y esperamos con bastante expectación el aterrizaje de El Mundo en Cantabria. Curiosamente, no suele ser centro de nuestra atención crítica la función que desempeñan las televisiones, sean generalistas o locales, y tampoco, o muy poco, las emisoras de radio.

Y todo ello, con la intención de aportar ideas, de cara a establecer una línea de política informativa alternativa.


LA COMUNICACIÓN DEL SABER: UNA VERDADERA INDUSTRIA

La mayoría de las veces, lo que provoca nuestra reacción suele ser la forma más que el contenido, y lo fulminante de nuestra reacción nos suele impedir ver más allá de la superficie de lo que realmente nos hiere, y pocas veces nos paramos a analizar a fondo la agresión recibida. En concreto, boicots a medios de comunicación, más o menos orquestados, quema pública de periódicos, veto a la presencia de periodistas en asambleas, algunos los hemos vivido con cierta frecuencia. Sobre todo, en épocas pasadas. Y, en la mayoría de los casos, tales acciones han durado lo que duró la coyuntura puntual en que se produjeron. Después, las aguas volvieron, una y otra vez, a su cauce. ¿Lamentable? ¿O inevitable?

Muchas veces, nuestra reacción parte de una premisa falsa e ingenua: la creencia de que los políticos deben buscar siempre el bien común y, en este caso, que los medios deben garantizar la objetividad informativa y la neutralidad en la opinión. Seguimos creyendo y comportándonos como si el Estado, los gobernantes y los medios de comunicación fuesen imparciales. Como si debieran estar por encima del bien y del mal, administrando justicia y dando la razón al que la tiene. Y, de ahí, nuestro escándalo, nuestro rasgado de vestiduras. Nos quejamos de que no nos publican nuestros artículos y convocatorias, de que tratan de arrinconarnos, cuando no de que pretenden eliminarnos. Nos consideramos víctimas de un auténtico complot y, como tales, respondemos desaforadamente. Les llamamos traidores, vendidos, embaucadores y farsantes. Tocamos a rebato. Si se trata de medios de comunicación, llamamos al boicot general Y, por ahí, se nos va toda la fuerza. Solemos perder de vista que la política es la manifestación más clara de la lucha de clases en una sociedad clasista, y que los medios de comunicación, además de ser una verdadera industria generadora de beneficios son, a la vez, y esto es fundamental tenerlo en cuenta, verdaderas fuerzas políticas en acción. Esto lo olvidamos cuando nos planteamos la creación de medios alternativos de expresión, y llegamos a ser más papistas que el papa en la cuestión de la libertad, como si la libertad fuese algo abstracto, y tratamos de garantizar que nuestra actividad informativa va a ser neutral y objetiva, sin darnos cuenta de que, cuanto más aseguramos que queremos ser neutrales, menos neutrales somos, porque en una sociedad llena de contradicciones, pretender ser neutrales es negar dichas contradicciones o tratar de ocultarlas.

Desde que las sociedades se dividieron entre los que pensaban y los que trabajaban con las manos, el saber significó poder. El saber, que era resultado de la experiencia y práctica colectivas, y que daba poder a esa colectividad, pronto empezó a ser expropiado de la colectividad, a convertirse en privativo de unos pocos y a ser utilizado en su exclusivo provecho. Esta apropiación privada de un bien colectivo comenzó a producirse no antes ni después, sino paralelamente, a otras expropiaciones de unos seres humanos por otros, tales como la expropiación del trabajo de la mujer, de su función reproductora, de su sexualidad, o la de otros hombres y pueblos sometidos por la fuerza y explotados como esclavos o, modernamente, como trabajadores asalariados y pueblos “legalmente” oprimidos.

Por otra parte, parece constatado que la escritura, aunque sea en su estadio más rudimentario, nació y se perfeccionó al compás del desarrollo de la economía. Y, también, que la necesidad de aportar una información cada vez más precisa que garantizase el éxito de toda transacción comercial y actividad económica en general fue el motor de su evolución y perfeccionamiento. La escritura se convirtió pronto en la mejor y más fehaciente herramienta de comunicación, de intercambio de información, pero, al mismo tiempo, en un instrumento de control. El acceso a la escritura se restringe pronto a las capas más poderosas de la sociedad. Y, en la medida en que la lucha por el excedente social de cada pueblo se generaliza y provoca la guerra para arrebatar el excedente de otros pueblos, la escritura se convierte también en poderosa arma de guerra.

Mediante la escritura, el saber, a su vez, toma cuerpo material en forma de documentos de pago, de informaciones secretas, de relatos artísticos únicos… y se convierte en un bien atesorable, tasable, intercambiable, en un bien mercantil, en una mercancía, en definitiva.

Con la invención de la imprenta y, posteriormente, de otros instrumentos de reproducción, que hacen posible que los saberes se puedan difundir ampliamente, y puedan ser vendidos en el mercado, la carrera por dotarse de esos medios, por perfeccionarlos, por hacerlos, cada vez, más eficientes, rápidos y potentes y, sobre todo, por controlarlos y, a poder ser, monopolizarlos, no encuentra su fin. Este proceso de desarrollo de los medios de comunicación, hasta constituirse en una verdadera industria, corre paralelo o se produce, más bien, dentro del propio proceso de desarrollo del sistema capitalista, y participa de todas las características de éste. Libertad de empresa, libertad de mercado, competitividad, concentración-exclusión, monopolio, integración entre los demás sectores, automatización, producción en escala y explotación son parte esencial de su existencia.

Si, como se dice, la información es poder, los medios de comunicación de masas son los instrumentos que convierten el poder de la información en fuerza material.


LA INDUSTRIA DE LA COMUNICACIÓN ESCRITA EN CANTABRIA

La historia de la prensa escrita cántabra, desde 1792, en que empieza a funcionar la primera imprenta en nuestro país, hasta nuestros días, sigue los mismos o parecidos pasos que la de otros lugares. También aquí la prensa escrita nace al compás de la actividad económica, principalmente, aunque también algunos acontecimientos de carácter político y militar dieron lugar a ciertas iniciativas. Con todo, y durante bastante tiempo, las publicaciones tuvieron una existencia efímera. Generalmente era su costo lo que impedía su mantenimiento por mucho tiempo. Casi todas las iniciativas eran individuales o particulares. Es la era heroica de la prensa cántabra. El “Diario de Santander”, “La Gazeta de Santander”, “El Montañés”, “El Observador Imparcial” o “El Imparcial Santanderiense” son publicaciones de esas características. Publicaciones más duraderas y de frecuencia incluso diarias no aparecen hasta mediados del s.XIX. El “Boletín Oficial de la Provincia de Santander”, que pasó a denominarse, posteriormente, “El Cántabro” y después “Boletín Oficial de Santander” inaugura una nueva etapa, que tiene su continuidad en “El Lince”, “El Argos” y, posteriormente “El Boletín Oficial de Santander”, todos ellos ya claramente relacionados con la evolución política de aquellos años. No obstante, paralelamente, siguen apareciendo publicaciones ligadas a la actividad naviera y comercial y a la artística y cultural. No es, con todo, hasta comienzos del s.XX, cuando se puede empezar a hablar propiamente del nacimiento de una prensa cántabra y de verdaderas empresas editoras. Prensa que es reflejo de las convulsiones del cambio de siglo y que se hace eco del debate político y social generado a lo largo del estado español, tomando partido, en función de los propios intereses de sus editores. Monárquicos, republicanos, la Iglesia, empresarios, patrioteros de todo tipo, y también los trabajadores, vierten sus soflamas, aprovechando el diverso cariz de los acontecimientos, para hacer más sólidas sus posiciones. “La Atalaya” y “El Cantábrico” son dos referentes claros del debate de aquella época.

En 1902 aparece “El Diario Montañés”, bajo la tutela del Obispo de la Diócesis de Santander y la dirección de un periodista foráneo, de origen aragonés y proveniente de la Villa y Corte. Su ideología, desde un principio, fue católica y su compromiso político monárquico. Editado por “La Propaganda Católica S.A.”, sociedad creada en los últimos años del s.XIX, viene a sustituir a “La Atalaya” que, hasta entonces, había sido “el portavoz de los ideales de la mencionada editorial”. Posteriormente, “El Diario” pasaría a ser editado por “Editorial Cantabria S.A.”, empresa resultante de la fusión de “Propaganda Católica” y “La Voz de Cantabria”.

A lo largo de su prolongada existencia, a “El Diario” no se le puede negar haber sido (aunque sólo sea por su persistencia) el principal cronista de la historia cántabra del s.XX. eliminando, prácticamente, en su caminar, a todos sus competidores. Su hegemonía, como tal empresa editora, solamente fue interrumpida al ser incautada, por el triunfante Frente Popular, en 1936, momento en que pasó a funcionar bajo el control obrero de sus propios tipógrafos. Posteriormente fue suspendida su publicación, por orden del Gobierno Republicano, en su estrategia de unificar la política informativa de guerra, en el norte, bajo la cabecera de “La República”. Durante los años de la II República, “El Diario” no guardó silencio “ante los peligros de dispersión y atonía nacional”, viéndose obligados, sus redactores, durante algunos meses de 1931, “a tener, en sus mesas de trabajo, junto a la máquina de escribir, las cuartillas y la pluma, sus pistolas”, como bien se jactan sus historiadores. Con la entrada en Santander de las tropas de los militares golpistas, en agosto de 1937, “El Diario” vuelve a recuperar sus bienes y derechos, manteniéndolos hasta el presente, “por méritos propios”, si bien, su hegemonía, a partir de la creación de “Alerta”, diario del Movimiento, se vio seriamente amenazada durante la dictadura franquista. Con la transición política y la liquidación de la Cadena de Prensa del Movimiento, “El Diario” ha recobrado claramente su liderazgo efectivo.

La propiedad de la empresa editora, aunque siguiendo la evolución de los medios de comunicación en el conjunto del sector y adaptando, por tanto, su personalidad jurídica, su concepto empresarial, su estructura organizativa y su tecnología a los nuevos tiempos, ha estado mayoritariamente en manos del Obispado de Santander hasta 1979, en que pasa a manos de un grupo de empresarios y profesionales cántabros, yendo a parar después, primero al Grupo Correo y, en la actualidad al “Grupo Vocento”, grupo que cuenta con más de cien empresas de la comunicación. Para que nos hagamos una idea, el potencial con que cuenta “El Diario” por pertenecer al Grupo Vocento se traduce en que éste ha tenido, en 2007, una facturación de 918 millones de euros y unos beneficios de 82 millones, con un 9% de rentabilidad, mientras que una empresa mítica, en Cantabria, por su supuesto poderío, como es Sniace, en el mismo período facturó un total de 71,5 millones de euros con unos beneficios de 1,7 millones, y una rentabilidad del 2%. Por otra parte, la prensa escrita controlada por Vocento reúne al 37% del total de lectores del estado español.

“El Diario Montañes”, por encima de todo, es hoy una empresa capitalista.

En la actualidad, la tirada de “El Diario Montañés” es de 44.000 ejemplares, en concreto, 44.058 el 22 de febrero pasado, de los cuales vendió 37.765 (según información del propio diario), con un índice de penetración de 3,16 lectores por ejemplar, o sea, 119.337 lectores en esa fecha. Teniendo en cuenta que la población cántabra potencialmente lectora gira en torno a los 480.000 lectores, y que el índice de lectura de periódicos, en Cantabria, se sitúa en el 47% del total de los lectores, o sea, 225.000, los 119.337 presuntos lectores de “El Diario” representarían un 53%, dato en que se asienta su actual hegemonía entre los medios escritos de Cantabria. Otra cosa será clasificar a los lectores efectivos, en función de los temas por los que acuden a la fuente del periódico, porque no es lo mismo leer las esquelas que los anuncios de comercio sexual, los deportes que las editoriales. Pero eso es harina de otro costal.

No pretende ser este un trabajo histórico y, por lo tanto, no trata de hacer un recuento exhaustivo de todas las iniciativas informativas habidas en Cantabria, desde los tiempos protohistóricos de la prensa hasta nuestros días, pasando por el período especial de la II República. Ni tampoco trata de dar un repaso de las distintas tendencias ideológicas y/o políticas que las mismas han encarnado. Sino que centra su atención en el medio que, mal que nos pese, lleva más años presente en el panorama informativo de Cantabria, siendo, además, hoy, el que tiene un número mayor de lectores y el que puede ser referencia como línea editorial dominante en nuestro país.

Analizar, por lo demás, el origen, la trayectoria y el presente del otro diario, el “Alerta”, poco iba a interesar en este análisis, como no sea satisfacer la curiosidad de conocer las causas, un tanto ocultas, que expliquen su misteriosa e incomprensible actual supervivencia. Su trayectoria empresarial, después de ser liquidado como periódico de la Cadena del Movimiento y vendido a la empresa privada, el paso de su capital de unas manos a otras y la actual composición del mismo plantea muchos interrogantes sobre la verdadera explicación de su presencia continuada en el mercado. La falta de fuentes objetivas, por otra parte, hace difícil la investigación, pues nunca serán suficientes los datos facilitados por la propia empresa, siendo juez y parte, en un panorama empresarial de tanta competitividad como es el de la información, en el que revelar ciertos datos puede ser causa de un fulminante desaparecer. Es difícil creer que el índice de penetración de “Alerta”, según su propia propaganda, sea de más de seis lectores por ejemplar vendido, cuando la media de todos los periódicos, a nivel del estado, se sitúa en torno a tres.


LA INDUSTRIA DE LA COMUNICACIÓN Y LA COMUNICACIÓN COMO INDUSTRIA: EL PODER DE “EL DIARIO”

El Estado no ha sido ajeno al crecimiento y consolidación de “El Diario”.

A lo largo de todo este proceso, “El Diario” ha asentado su hegemonía, apoyándose en diversos factores, unos de carácter material, como las subvenciones directas del Estado, las subvenciones en especie, las subvenciones en forma de publicidad de la Administración, la política de concentración de empresas apoyadas por todos los gobiernos, el apoyo financiero de los grandes bancos y, en todo momento, la explotación de sus trabajadores.

Durante los cuarenta años del franquismo, la prensa pública existente, por ser fiel al régimen, no sólo era permitida, sino también protegida. El régimen “repartía gratuitamente” cupos de papel para la edición de los periódicos, y lo hacía en proporción no sólo de su tirada, sino y, sobre todo, en función de su fidelidad. Lógicamente, los periódicos de la Cadena del Movimiento eran favorecidos en el reparto, pero ninguno de los demás podía quejarse de esa subvención en especie que representaban los cupos de papel prensa, que les llegaba, bien en lotes adquiridos por el Estado a las papeleras nacionales, bien en forma de subvenciones a la importación de papel foráneo. Pasados los años, algunos de estos medios no oficiales, entre ellos “El Diario”, han aludido a la competencia desleal que significaba el favor con que se trataba a los medios del Movimiento durante la dictadura, pero ninguno se quejó de ello en su momento, tampoco “El Diario”, no fuese que se interpretase como falta de fidelidad al régimen y se pusiese en peligro su continuidad.

La publicidad comercial es, sin duda, una de las principales, si no la principal, fuente de ingresos de un periódico. Es una forma de integrar la economía de los diversos sectores y algo perfectamente comprensible, dado el carácter de la economía capitalista. Los medios de comunicación y las demás empresas se necesitan mutuamente, y su relación, como toda relación comercial se rige por la ley de la oferta y la demanda. Rara vez unos perros muerden a otros y lo que prima es el mayor rendimiento de la inversión que se hace, respetando las especificidades de cada sector. Sin embargo, y como ocurre en toda relación comercial, quien tiene más poder puede poner condiciones extra y, de hecho las pone. Por ejemplo, “El Corte Inglés”, una de las empresas que más invierte en publicidad y que, por lo tanto, más fuente de ingresos ofrece a los Media, a la hora de negociar con un medio, siempre pone la condición de que no aparezca ningún tipo de crítica a la firma, bajo ningún concepto, en el medio en cuestión.

La publicidad oficial es, desde hace mucho tiempo, un modo encubierto de subvención oficial de los medios de comunicación. Antiguamente, se llamaba “fondo de reptiles” al dinero que, desde las distintas instancias del poder, se dedicaba a comprar las opiniones favorables de periodistas y escritores en general. A medida que el tiempo pasa, las formas de ganarse la fidelidad de las empresas de la comunicación han ido variando. Ya no se trata de comprar a plumíferos individuales, sino que lo que se compra son políticas empresariales enteras. Pero eso, en una sociedad de libertad de expresión, no se puede hacer formalmente, y se ha encontrado el subterfugio de la publicidad oficial. Es muy ilustrativo repasar los sucesivos presupuestos de cualquier comunidad autónoma (la de Cantabria, p.e.) o ayuntamiento (ver los de Santander) para conocer el alcance económico que, en los mismos, tiene este concepto. “El Diario” es, con diferencia, el mayor beneficiario de la propaganda oficial en Cantabria.

La base de todo enriquecimiento, en el sistema capitalista, es la explotación de los trabajadores.

Las condiciones laborales de los trabajadores de “El Diario”, tradicionalmente, no han sido nunca boyantes. Aún en tiempos de la dictadura, los trabajadores llevaron a cabo varias luchas y llegaron a hacer huelga en demanda de mejores condiciones salariales, impidiendo que el periódico saliese a la calle por varios días consecutivos. En la actualidad, una ojeada sobre el convenio colectivo en vigor puede producir impresiones engañosas. Si bien los trabajadores de estructura y los de taller tienen salarios medios aceptables, según cada categoría, de los de redacción, sin embargo, los que llevan a cuestas la labor propiamente periodística, los redactores de a pie, no se puede decir lo mismo. Por una parte, los que tienen la categoría de redactores (que son los menos) están divididos en muchos escalones y su proceso de promoción para consolidar su nivel profesional es largo. Y, por otra, los llamados “colaboradores”, verdaderos redactores, están excluidos del convenio, son muchos, y su relación no es propiamente laboral. No tienen salario estipulado. Cobran por trabajo publicado (no elaborado) y depende su publicación del espacio disponible en cada sección o número y de que el trabajo sea seleccionado para ser incluido. La precariedad más absoluta, por tanto, afecta a la parte más sensible de la actividad periodística, el conjunto de los redactores. Y precariedad, en el sector, significa periodismo blando, timorato, sumiso, acrítico.

Han sido, claramente, por tanto, la explotación de los trabajadores y el aprovechamiento de unas condiciones políticas favorables las que han permitido a “El Diario” obtener importantes plusvalías, recuperar, cada año, su inversión aumentada, invertir en la mejora de su proceso productivo y extender su campo de acción a otros subsectores dentro del sector, convirtiéndose en una empresa multimedia que cuenta con un periódico en papel, un periódico digital, un canal de televisión y dos emisoras de radio.

“El Diario” es, por encima de todo, una empresa mercantil que opera en un mercado específico: el de la comunicación.

Y, como toda empresa capitalista, debe pasar el examen del mercado, debe competir en cantidad, calidad y precio, y el producto, la mercancía que vende un periódico es la información, el conocimiento y la opinión.

La calidad de la información se mide por la veracidad, la exactitud de los datos, por la credibilidad o autoridad contrastada de quien la facilita; el conocimiento por su amplitud, por su utilidad, por la novedad que aporta y por la coherencia con la realidad que le circunda; y la opinión por el rigor en el análisis, por la lógica de las conclusiones, por la creatividad, por la originalidad en la forma.

Sin embargo, en el actual mundo de la comunicación, muchas de esas características no existen o casi han desaparecido. Mucha de la información que se facilita viene distorsionada, pues prima vender más y obtener beneficios que ser fiel a la verdad. La verdad absoluta y definitiva no existe. Hay verdades objetivas, que existen materialmente, que son indiscutibles, que conllevan una inmediata aplicación práctica, que se corresponden con la realidad, aunque no sea con la realidad toda. Son verdades relativas. Decir una parte sólo de la verdad no es mentir, en el sentido formal del concepto. Pero dando siempre una parte de la verdad, y repitiéndola continuamente, se puede llegar a crear una convicción sobre las cosas, sin base y, por tanto, errónea, pero que tenga un sentido práctico y mueva a la acción. A base de dar verdades a medias, de ocultar parte de la realidad, de obtener poder gracias a esta práctica y, consecuentemente “prestigio social”, los medios de comunicación han alcanzado un rango en la sociedad que no les pertenece, el de ser considerados una “parte del bien común”, el tener autoridad por encima de otras fuentes de saber, el de ser garantía de estabilidad del sistema imperante, el de implantar modas o tendencias, el de erigirse en justicia popular, el de ensalzar las opiniones que les interesan y denigrar y perseguir, si es posible, hasta el exterminio, las que son críticas con ellos mismos y con el sistema que les ampara.

En el mercado de la información, los medios de comunicación son empresas privilegiadas porque no sólo controlan la oferta, sino que conforman la demanda en su provecho. Nos dicen lo que necesitamos, lo que tenemos que comprar, también las noticias que nos interesa conocer. Muchas otras empresas capitalistas quisieran poder influir en la demanda de sus productos como lo hacen los medios de comunicación. Es precisamente el poder manipulador de éstos lo que les hace ser pieza clave en el desenvolvimiento del mercado capitalista y es por eso, también, por lo que las empresas de otros sectores les tienen sumo respeto, buscan siempre su apoyo e, incluso, su compra y absorción. La concentración en grandes grupos es su tendencia natural-capitalista y convertirse en empresas multinacionales su objetivo estratégico. De hecho, “El Diario Montañés” sigue esa tendencia. El aterrizaje de “El Mundo” en Cantabria plantea una incógnita interesante: ¿Hasta qué punto “El Diario” puede soportar una competencia real y de la envergadura de este periódico?

“El Diario”, como cualquier otro medio de comunicación, debe de mantener cierto equilibrio entre la información objetiva y la información interesada para tener credibilidad y clientela. La primera satisface a los usuarios que buscan informaciones concretas, asépticas, útiles, las farmacias de guardia, los anuncios por palabras, los números premiados de la Primitiva, los resultados de Primera División, las esquelas… La información interesada es la que tiene por objeto apuntalar las coordenadas del sistema en que se mueve y al que sirve: el orden constitucional, la España Una Grande y Libre, la Monarquía, la Iglesia, los gobiernos de turno, el partido que más sintoniza con su ideología. En una palabra, el statu quo. La adscripción de “El Diario” a la línea filosóficamente más conservadora, ideológicamente más católica y políticamente más centralista es algo incuestionable. Pero sabe hacerlo con bastante “cintura”. Difícilmente se le encontrará una crítica del Gobierno Autonómico actual, aunque no esté formado por partidos de su devoción. Su opinión propia se reduce a una línea bastante escueta de editorial, porque todas las demás opiniones que propaga son importadas, distribuidas desde el Grupo Vocento, vía fotocopiadora, para todos sus periódicos: César Alonso de los Ríos, Manuel Alcántara, Valentín Puig, Fernando Jáuregui, el único cántabro que, sin embargo, nunca habla de Cantabria. Es la ventaja de formar parte de un Grupo grande. Es su economía de escala. Cuentas con plumas “de prestigio” que te salen a bajo costo, aunque en origen hayan sido muy bien (demasiado bien) pagadas. ¿Es que no hay plumas de prestigio en Cantabria? ¿Es que no hay opiniones sobre Cantabria que interesen a los cántabros?

Porque, otra de las características del mercado de la información es que “atrae” a los principales “talentos”, a todos aquellos que no cobran por derechos de autor, los que venden, de una vez para siempre, con todas las consecuencias, sus saberes, los que saben que en los medios hay reserva del derecho de admisión y se pliegan a todas sus exigencias. Los que aceptan, incluso, que su trabajo no sea publicado con tal de haber cobrado por él. Los que renuncian a poder publicarlo en otro medio.

Así mismo, todo medio de comunicación que pretenda ser de masas, deberá saber complementar la información concreta, local, con la información general. Deberá saber dar satisfacción a las manifestaciones populares más superficiales y folclóricas y todas las que tengan un alto contenido emocional. Deberá, consecuentemente, cerrar el paso al sentido crítico, con el propio periódico y con la situación general. Y “El Diario” también cumple con este aspecto.

En mayor o menor grado, todos los componentes de esta crítica pueden extenderse al “Alerta” e, indudablemente, a “El Mundo”. Otra cuestión sería analizar las características de la prensa gratuita que, cada vez, en mayor número, pulula por ahí, y en qué consiste su “independencia”, si es que la tienen, y de quién.


HACIA OTRA POLÍTICA INFORMATIVA

¿Tiene sentido el enfrentamiento radical con un periódico como “El Diario Montañés o cualquier otro medio de similares características?

La tentación es grande y, a menudo, es lo que nos pide el cuerpo. Pero no olvidemos que a las empresas de las características de “El Diario” no se les puede pedir que cambien, que pasen a ser un servicio público para la mayoría de la población, porque dejarían de existir como lo que son, o sea, dejarían de ser máquinas de obtención de beneficios, dejarían de existir, sin más, porque ya no pueden ser otra cosa. Y no se les puede pedir peras ya que son olmos y no perales.

¿Cómo hacerles, por tanto “la guerra”? ¿Cómo contrarrestar su poder?

Elaborar una política informativa alternativa requeriría mucho más espacio del que aquí me queda. Y un amplio debate. Pero, a brote pronto, apuntaría dos líneas fundamentales.

Reconociéndoles como lo que son: empresas mercantiles. Rompiéndoles su círculo económico: invertir, producir, vender, volver a invertir. Actuando sobre sus trabajadores y sobre su producto. Distinguiendo entre asalariados y mercenarios. Organizando a los asalariados (y sus equivalentes, “los colaboradores”). Reduciendo su clientela y, consecuentemente, sus ventas, desprestigiando su producto, descubriendo sus mentiras o medias verdades y sus estrategias ocultas, la inutilidad de sus informaciones, mediante información alternativa.

Pero ambas necesitan de una seria unión de esfuerzos porque se requiere un mínimo de medios. Y, de momento, sinceramente, no estamos preparados para ello.










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