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Procuro soportar el suplicio de pensar libremente

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martes, 27 de enero de 2009

SE NOS FUE MORANTE

NOS DEJÓ EL MAESTRO

Dicen que el mayor dolor, cuando se pierde un ser querido, es la angustia de pensar que podemos llegar a olvidarlo. Dicen, también, que la mejor terapia es descubrir cuánto esa persona nos ha dejado dentro, cuánto nos ha influido, cuánto ha cambiado nuestras vidas por conocerla y tratarla, porque eso siempre estará en nosotros y nos la hará presente. Todas las personas que nos rodean dejan algo en nosotros, pero unas más que otras. Y siempre queremos más a las que más dejan en nosotros. Por eso, precisamente, las llegamos a querer tanto. Manolo nos influyó mucho y conocerlo y tratarlo cambió mucho nuestras vidas. Por eso lo hemos querido mucho.

En estas últimas horas, algunos de sus más allegados comentábamos con qué palabra podíamos definir mejor lo que Manolo ha significado para nosotros. Y, concluíamos que, además de amigo, compañero o camarada, como el decía, a la antigua usanza, Manolo, para muchos de nosotros ha sido maestro.

Ha sido un hombre, es un hombre que se hizo a sí mismo, desde su entrada en la Escuela de Aprendices de la Naval de Reinosa, pasando por sus estudios nocturnos hasta hacerse Ingeniero Técnico o, ya tardíamente, Graduado Social. Siempre estudiando, siempre leyendo, cogiendo apuntes en todas las reuniones. De él aprendimos el rigor y la generosidad en el trabajo. Siempre nos inculcó lo importante que era formarse.

Pero, sobre todo, aprendimos de él lo importante que es comprometerse seriamente y entregarse de lleno a las causas en las que creemos. Él lo hizo. Sintió pronto el amor a la libertad, pero descubrió enseguida que si no hay libertad para todos, uno tampoco es libre. Y eso lo llevó a comprometerse sindical, social y políticamente, defendiendo posturas, muchas veces, difíciles, por ir contracorriente.

Y supo bajar a lo concreto, lo mismo siendo promotor de cooperativas que fundador del Sindicato Unitario, siendo concejal de Torrelavega por la ORT en la primera corporación democrática, que formando parte de la primera Comisión Nacional de las antiguas Comisiones Obreras. O, incluso, simplemente, publicando, en la prensa, una carta solidaria, que ni siquiera él había escrito, y que le costó el despido de Sniace.

Pudo vivir mejor, pero su sentido de clase y su sensibilidad humana, le hicieron entender también el mensaje de la llamada iglesia de los pobres y lo aplicó a su vida, de tal manera que, quienes le hemos conocido desde muchos años atrás, siempre le hemos encontrado en este bando, en el de los explotados, en el de los desposeídos. Su compromiso en la lucha por la libertad para todos fue inequívoco. Su vida fue austera

Se nos ha ido el maestro.

Pero, para sus compañeros de toda la vida, Manolo, creemos que se nos fue antes. Quizás hace años, cuando a él se le fue Tere, su compañera de toda la vida. Haberlo tenido como maestro, sin duda, nos ha impedido verlo como persona, profundamente triste tras la pérdida del amor de su vida. Y es que las grandes personas, los individuos sobresalientes, destacan siempre por juntar su enorme capacidad para comprender las cosas y comunicarlas a los demás, con una enorme sensibilidad y una gran capacidad para amar.

Quizás es este el momento, también, de homenajear a Tere, su compañera, siempre detrás, en segundo plano, pero apoyando sólidamente, tanto como Manolo supo apreciar, en las circunstancias más difíciles.

A Manolo y Tere los recordaremos siempre.

Nota.- Este artículo ha sido enviado a todos los medios de comunicación escritos, en papel o digitales, de cierta difusión, para su publicación.


domingo, 25 de enero de 2009

VIOLENCIA DE GÉNERO Y/O SOCIEDAD DE SOMETIMIENTO

Desde la última celebración del Día Internacional Contra la Violencia a las Mujeres me vengo preguntando por qué el Gobierno no utiliza los criterios de la ONU para calificar y contabilizar los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, exparejas u otros varones de su ámbito familiar. Según las cifras finales dadas por el gobierno, serían 70 las mujeres asesinadas en 2008, mientras que, según el criterio de la ONU, aplicado por la Red Estatal de Organizaciones Feministas contra la Violencia hacia las Mujeres, las mujeres muertas en tales circunstancias serían 95. De ellas, 77 asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, 15 a manos de otros parientes y 3 con agresión sexual por medio. En 2006, según este criterio, fueron 93 y en 2007 89.

La diferencia, aplicando ambos criterios, no es baladí. No estamos hablando de mujeres más o menos muertas, sino de mujeres asesinadas.

¿Se trata, todavía, de ocultar esta realidad vergonzante o de aminorarla, al menos? ¿Ante quién? ¿Ante nosotros mismos? Esto sería lo más grave, pues entraría en flagrante contradicción con toda la propaganda que se viene haciendo sobre las bendiciones de la nueva normativa y los medios que se vienen dedicando para su aplicación. Está claro que la normativa es mejorable y que se pueden dedicar más medios para aplicarla. Pero es que tratar de acabar con esta lacra sólo con leyes y medios humanos y materiales es irreal.

Existe una profunda base cultural e ideológica que sirve de caldo de cultivo para ese tipo de actitudes. No se nace violento. Se aprende a ser violento. Y ello es aplicable a todo tipo de violencia, no sólo la que se ejerce contra las mujeres, ni la que tiene como desenlace fatal la muerte. La mayoría, hombres y mujeres, crecemos asumiendo que la sociedad “funciona” sobre la base del sometimiento de unos sobre otros. Sometimiento de mujeres a hombres, de hijos a padres. Sometimiento de pueblos dominados militar y culturalmente. Sometimiento de trabajadores y trabajadoras a sus patronos. Sometimiento de los individuos al Estado. La violencia con resultado de muerte es, sin duda, la más rechazable. Pero no es la única. Violencias psicológicas abundan por doquier, son más sutiles y, en muchos casos, tanto o más dañinas, porque son difíciles de identificar, porque no son siempre atribuibles a personas concretas, porque son violencias sociales, colectivas, institucionales, económicas. Y, casi siempre, son el preludio de la violencia física. La sociedad de sometimiento funciona “bien” para los que dominan, pero no funciona o funciona muy mal para los sometidos y dominados. Las dificultades de todo tipo con que nos encontramos la mayoría de la población producen tensiones, generan conflictos personales, crisis de valores que se incrustan en las relaciones personales, especialmente en las de pareja, que no justifican la violencia concreta, pero que son su caldo de cultivo y comportan una acusación para todos los que formamos la colectividad.

La aceptación general de la superioridad masculina, reafirmada por la cultura patriarcal, sigue haciendo creerse al varón dueño, poderoso, tanto sobre su pareja, como sobre los hijos. Pero, no es esta la única relación de poder. La relación de poder entre los individuos está generalizada entre nosotros, amparada institucionalmente y aceptada culturalmente. A esta relación de poder no se escapan siquiera las parejas de homosexuales, gays y lesbianas, donde se da, con más frecuencia de la que cabría esperar, el enfrentamiento entre roles distintos, similares a los que se dan entre parejas de heterosexuales. Socialmente estamos enseñando a los varones, desde niños, a solucionar los problemas usando la violencia. Y también las mujeres se sienten legitimadas para usarla cuando tienen poder. Es el modelo de sociedad el que es intrínsecamente violento.

¿Por qué digo, con cierta sorpresa, que entre parejas de homosexuales cabría esperar que ese enfrentamiento de roles no se diese o no se diese tanto? Sin duda, influenciado por la tesis de que el problema de la violencia y el maltrato, en general, es una cuestión de sexo, de raíz individual y de ámbito privado, como interesadamente nos viene a decir la versión oficial, propagada por gobiernos, partidos, interlocutores sociales, medios de comunicación, educadores y todos quienes tienen medios para influir en la opinión pública y en las conciencia individual y colectiva. Con el modelo de sociedad que aceptamos y con la consideración de que la violencia de genero es sólo un problema subjetivo de algunos individuos no vamos a encontrar solución al problema.

La sociedad debe conocer la violencia en todas sus dimensiones. No sólo la que se da en el ámbito doméstico. Advertir que algunas violencias han sido declaradas como delictivas, pero que todas son rechazables. Denunciar a policías y jueces que aún no han comprendido que el machismo es execrable. No nos basta, para que nos sensibilicemos, con que nos muestren las imágenes dolorosas de las mujeres maltratadas. Tenemos que conocer y difundir los rostros de los maltratadores. Su imagen debe ser publicada sin remilgos. Y también la de los acosadores de todo tipo. Pero, sobre todo, propagar a los cuatro vientos, por activa y por pasiva, que la violencia de unos sobre otros es antisocial, retrograda e inhumana, de forma que, quienes la practiquen se vean socialmente acorralados y claramente rechazados.

Nota.- Este artículo ha sido enviado, para su publicación, a todos los medios escritos, en papel o digitales, de cierta difusión.







viernes, 2 de enero de 2009

Gaza: EL CINISMO DE LA EQUIDISTANCIA

Gaza: EL CINISMO DE LA EQUIDISTANCIA

Enjuiciar un hecho desde el punto de vista exclusivo de los principios o los valores suele conducir o al fundamentalismo o simplemente a la mayor de las injusticias, donde valorar el dolor más cruento, el físico, por ponernos en un extremo, puede llegar a ser comparado con cualquier otra sensación, incluso mística, que un ser humano pueda percibir.

Con razón el representante de Israel ante la ONU puede sentirse satisfecho con los resultados obtenidos por la campaña que su gobierno, manifiesta, ha orquestado ante los medios de comunicación, a nivel internacional, para predisponer a la opinión pública mundial y obtener, cuando menos, algún grado de “comprensión” ante la operación “plomo fundido”, iniciada por Israel hace una semana. Todos los gobiernos de los llamados estados occidentales, así como muchos, incluso, de los islámicos, han justificado y aceptado la operación israelita, como una respuesta a la ruptura de la tregua por parte de Hamas, limitándose a pedir tímidamente un alto el fuego, o una minitregua para atención humanitaria de las víctimas.

Pero si de los políticos no podemos obtener otra cosa que no sean medias verdades y muchas mentiras, cuando de salvaguardar intereses se trata, de los periodistas y tantos “opinadores” como circulan por tertulias y columnas de periódicos, sí deberíamos esperar más objetividad, al menos, ya que su imparcialidad parece resultar imposible.

No valen aquí las equidistancias.

Solamente diciendo que, durante la última tregua y, por lo tanto, en plena vigencia de la misma, Israel ha matado a más de cincuenta palestinos, debería ser suficiente para desmontar cualquier equiparación y, menos aún, justificación de lo que está ocurriendo. Pero es que, además, la tregua no la ha roto Hamas sola, sino que no ha sido renovada, una vez terminada su vigencia, no habiendo llegado ambas partes a acordar su prórroga, y siendo, por lo tanto y , en todo caso, la responsabilidad de las dos.

Con todo, lo que haya ocurrido durante la pasada tregua es una anécdota, conocida la historia completa de este conflicto.

Es corriente escuchar a los más ingenuos hablar de ética en caso de guerra, de convenciones internacionales, de derechos de los prisioneros, etc. etc. cuando si algo debe quedar claro es que la guerra es la ausencia de política, de ética, del derecho. De que, en situación de guerra, lo que prima es la estrategia, el armamento, el número de bajas que se pueda hacer al enemigo, tanto de soldados como “colateralmente” de civiles, la destrucción de sus fortificaciones, objetivos todos ellos que inevitablemente borran de la mente de los contendientes cualquier viso de moralidad, empatía, sensibilidad o humanismo, pero también de racionalidad. El balance de este largo conflicto es inequívoco: Israel aventaja, con creces, en la consecución de sus objetivos militares. Mucho más armamento, muchas más víctimas, mucha más destrucción. Y, aunque toda víctima, por insignificante que sea, es, en sí misma, injusta, aquí el número, sin duda, también cuenta.

Por otra parte, distinguir entre que Israel es un estado y Hamas ni siquiera es el gobierno de un no-estado, y que la diferencia está en que a un estado se le pueden pedir responsabilidades y a un movimiento de resistencia no, porque no está integrado en el concierto político internacional, en este caso carece de fundamento práctico, puesto que si algo ha demostrado Israel es que se salta insistentemente todas las normas internacionales y todas las resoluciones de la ONU referidas concretamente a su comportamiento, no admitiendo responsabilidad alguna ni rindiendo cuentas ante nadie.

Tampoco se puede decir que Israel sea un estado democrático, por el sólo hecho de que sus gobiernos se elijan democráticamente. Es hora ya de que incorporemos a nuestra cultura democrática que un estado que no respeta los derechos de los demás estados no es democrático, por mucho que sus ciudadanos hayan elegido democráticamente a sus gobernantes. Suele ocurrir, además, que el estado que no respeta a los demás, tampoco respeta a sus propios ciudadanos.

Por último, distinguir entre las acciones ofensivas y defensivas. En toda esta historia, Israel ha llevado a cabo siempre una política ofensiva, y esto no se puede ocultar ni olvidar. Se podría discutir si el pueblo judío tenía o no derecho a instalarse en Palestina. Lo que nadie discutirá es que los palestinos tenían y tienen derecho a permanecer en su tierra. Desde un principio Israel ha pretendido hacerse con todo el territorio y a ello se ha empleado resueltamente, haciendo oídos sordos a todas las resoluciones y propuestas de la ONU y llevando a cabo toda una política de aniquilación del pueblo palestino. Y los palestinos tienen todo el derecho a defenderse, incluso, saltándose todas las normas internacionales, si nadie sale efectivamente en su defensa.

Es difícil proponer una salida a esta situación. Comúnmente se apela a la necesaria intervención de la comunidad internacional como única vía posible, como si esta fuese viable. La experiencia nos dice que no y no se ofrecen otras alternativas. Por lo que soy escéptico y creo y, en todo caso, espero que, en último extremo, serán los pueblos, el palestino y el israelita, libres de tanta manipulación, quienes, al final, podrán alcanzar un acuerdo de convivencia, porque los pueblos son los que aman la vida y también sufren la muerte. Para cuando eso llegue, lamentablemente, habrá habido muchos más muertos. Y todos seremos algo responsables.

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