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sábado, 7 de marzo de 2009

SE LES VE EL PLUMERO

La estrategia del Estado ha logrado un objetivo importante, a juzgar por la celebración generalizada de políticos, periodistas y opinadores que inundan los medios de comunicación: por primera vez –festejan- el Parlamento Vasco tiene una mayoría no nacionalista y, además, no estará presente la llamada izquierda abertzale.

A quienes nos preocupa la salud democrática general de nuestra sociedad, así como la concreta de las instituciones, no podemos evitar fijarnos continuamente en el conflicto vasco, pues es en él donde se manifiesta una verdadera disidencia activa contra el estado español, y es este el tema que ocupa, sin lugar a dudas, más tiempo en el caro espacio televisivo español. Es, en situaciones de disidencia, de enfrentamiento con las minorías, de resolución de este tipo de conflictos, donde claramente se pone de manifiesto la salud democrática de un país.

Gobierno, jueces, partidos políticos y medios de comunicación han conseguido, con todo tipo de medidas, que el voto de todos los vascos no se vea reflejado en el número de escaños del nuevo Parlamento. Ha sido éste un objetivo político (no un imperativo legal ni ético) por el que han trabajado todos, unos más legítimamente que otros, pero todos. Y todos se dedican ahora a celebrarlo.

Los artificios electorales y los posibles pactos, de apariencia contra-natura, pueden posibilitar que el lehendakari nacionalista, al que estábamos tan acostumbrados, sea, por primera vez, desbancado y sustituido por uno “constitucionalista” (más apropiado sería denominarlo “españolista”, para distinguirlo, pues el PNV, en la práctica, también es constitucionalista). ¿Qué va a cambiar con todo esto? ¿Sólo el nombre del lehendakari? ¿Dejará Ibarretxe el asiento? Para el PNV van a cambiar muchas cosas. Ciertamente. Pero, los demás ¿qué cambios de fondo proponen? ¿Va a haber más libertad en Euskadi? ¿Para quién?

Para quienes eso celebran, no es el cambio de lehendakari lo importante. Han logrado su verdadero objetivo, dejar fuera del Parlamento a la izquierda independentista y, así, desvirtuar los resultados electorales. ¿Es esta su victoria definitiva? ¿Cuántas victorias “definitivas” contra el independentismo vasco nos quedan por escuchar? ¿Cuántas desarticulaciones de comandos, de cúpulas terroristas nos han anunciado y cuántas les quedan por anunciar? ¿Cuántas prohibiciones de actos políticos y suspensiones cautelares faltan para que llegue la paz a Euskadi? ¿Van a dejar de prohibir? ¿Van a dejar que actúe la democracia sin que sean ellos los únicos que impongan las reglas de juego?

El balance inicial de estas elecciones es el resultado de toda una estrategia pacientemente urdida y que nada tiene de democrática. Las otrora presiones de todo tipo para que los independentistas de la izquierda abertzale hiciesen política, se han convertido ahora en prohibiciones, también de todo tipo, para impedirles que lo hagan. Descalificaciones, ilegalizaciones, detenciones, controles, escuchas telefónicas, embargos de cuentas, suspensiones cautelares, cierres de periódicos, persecuciones varias, han dado como resultado que más de cien mil votos no hayan sido contabilizados en estas elecciones, porque las listas a que iban destinados no han podido concurrir legalmente. Quienes, por experiencia, sabemos lo que es luchar por el voto en clara desventaja, en una contienda electoral, sabemos bien lo que esos votos anulados valen. No son cuatro, ni diez, ni cien. Son cien mil votos, que supondrían 6-7 escaños, y echarían por tierra toda la aritmética actual sobre posibles mayorías. La salud de esta democracia se encuentra en estado crítico. Quienes han perpetrado todos estos atropellos cantan victoria. Y muchos les aplauden.

Cantan victoria. Pero se les ve el plumero. A todos en general, pero a unos más que a otros. Para alcanzar su objetivo han empleado todo tipo de argucias. Teniendo el poder, no es difícil hacerlo. Lo de la democracia es pura verborrea para ellos, y el estado de derecho una clara estratagema.

Se le ve a uno el plumero cuando se le descubre sus verdaderas y ocultas intenciones.

Se les ve el plumero a todos los que siempre usan la aritmética a su favor, exigiendo grandes mayorías a los otros, cuando quieren cambiar las cosas, y consideran un gran cambio que ellos ganen por la mínima.

Se les ve el plumero al Tribunal Supremo y al Constitucional cuando basan sus sentencias en estrictas “convicciones jurídicas” (deberían decir conveniencias políticas) y no en pruebas materiales y objetivas en que deben basarse, de acuerdo con su propio ordenamiento jurídico.

Se le ve el plumero al juez Garzón, cuando apoya sus instrucciones sumariales en declaraciones obtenidas en situación de incomunicación de los detenidos, y cuando da valor de prueba a meras “conjeturas policiales”.

Se le ve el plumero a Rajoy que pone el grito en el cielo por una supuesta persecución del juez Garzón contra su partido ”, cuando su “entorno”, el del PP, y algunos de sus cargos electos aparecen salpicados de todo tipo de corrupciones y, a la vez, aplaude al mismo juez por su teoría de que “todo es ETA”, de que la izquierda abertzale es el entorno de ETA, y si es su entorno, también es ETA. ¿Me incluirán en ese entorno por escribir esto?

Se les ve el plumero a quienes no han sido capaces de condenar tajantemente, sino que han “comprendido la reacción humana” (aunque violenta) del joven del mazo de Lazkao, y aplauden su puesta en libertad, a la vez que siguen exigiendo machaconamente a la izquierda independentista que pronuncie la palabra “condena”, refiriéndose a la violencia de ETA, como “prueba del algodón” para darle el carnet de demócrata. Está claro que, para ellos, hay unas violencias más democráticas que otras.

Se le ve el plumero a Rubalcaba, que se permite anunciar de antemano que los jueces van a resolver las cuestiones en un sentido determinado, cuando todavía ni siquiera se han reunido, y afirma, al mismo tiempo, que los jueces no siguen las directrices del Gobierno.

Se le ve el plumero cuando sigue defendiendo, no ya la inocencia, sino los propios hechos en que están envueltos quince guardias civiles encausados por un juez de San Sebastián por presuntas torturas a dos detenidos independentistas.

Se les ve el plumero a todos los que silencian (incluidos periodistas) los informes del Relator de Derechos Humanos de la ONU, en los que denuncia la Ley de Partidos española como un peligro para la democracia, y propone que se elimine la incomunicación de los detenidos en comisarías, para que desaparezcan las sospechas sobre torturas y malos tratos.

Y, lógicamente, se le ve el plumero a Zapatero, el del distinto talante, que es quien elige a sus ministros, y el que está convirtiendo su segundo mandato en “la legislatura de las cacerías democráticas”, de la permanente caza, sin licencia, del disidente, y levanta la bandera del record guiness de encarcelados por trimestre.

Se les ve el plumero, en fin, a todos los palmeros del poder, mande quien mande, porque a ellos les va de cine tal como están las cosas, y les preocupa que puedan cambiar.

Quienes defienden que España es Una, tienen todo el derecho a hacerlo. Pero se les ve el plumero si niegan el mismo derecho a quienes no les importa que España sea una, dos o veinticinco, pero afirman que hay una parte que no es España.

Y si, en democracia, los conflictos, ocasionados por disparidad de pareceres, se resuelven mediante el diálogo y, en último extremo, cuando las disparidades son insalvables, por votación, ¿por qué no permitir en Euskadi, o donde sea, que todos voten? Es más, ¿por qué no facilitar, procurar y promover que todos voten? ¿Lo contrario no es miedo a la democracia?


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