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martes, 1 de abril de 2008

GLOBALIZACIÓN: Lo que importa es la ganancia

GLOBALIZACIÓN: Lo que importa es la ganancia

Esta frase, que fácilmente la podemos escuchar en cualquier sala de espera del dentista, es la clave de todo, todo lo justifica, todo lo explica. Y no es nueva. Lo que llaman globalización no es más que la dimensión espacio-temporal que la obtención de ganancia ha adquirido, como consecuencia del progreso. Nos encontramos en una etapa en que el sistema capitalista, sin cambiar sus objetivos ni sus medios más elementales, se aprovecha de unas condiciones en las que el logro de la ganancia le es cada vez más fácil.

¿Cómo nos afecta esta nueva situación a quienes trabajamos para sobrevivir?

Es cierto que, a nivel mundial, cada vez hay más gente que puede llegar a consumir lo que antes le estaba prohibido. Las posibilidades de comunicación, por ejemplo, se han multiplicado incontroladamente. En la Nochevieja de 2007, se enviaron 43.000 millones de SMS, y, a lo largo del 2008, se espera que se envíen dos millones de billones, con b (2.000.000.000.000). Pero, nada de esto se nos da regalado, sino que estamos dando de ganar ingentes cantidades de dinero a operadoras, fabricantes, etc. Y también es cierto que algunas partes y pueblos del mundo, cada vez están más lejos de poder sobrevivir y, mucho más de poder alcanzar esos niveles de progreso.

A nivel mundial se eliminan las fronteras económicas y se presiona para que desaparezcan las protecciones con que los países pobres defienden sus mercados, facilitando así la libre circulación de dinero y capitales. Aunque 1.650 millones de pasajeros viajan en avión al año, y 152 millones de personas viajaron entre ciudades españolas en 2007, por poner dos ejemplos, no se permite la libre circulación de las personas. Se fuerza a la gente a emigrar del campo a la ciudad, pero se controla el paso de unos países a otros. La competitividad aumenta y, como consecuencia, también las desigualdades entre los países y entre los grupos sociales. El Grupo de los 7 países más ricos del mundo acaparan 18 billones de la riqueza mundial, frente a los 7 billones restantes que se reparten los 180 países que quedan. 356 personas disfrutan, ellas solas, del 40% de la riqueza mundial. Y esto va a más.

En lo que a las relaciones comerciales internacionales se refiere, se imponen normas que sólo benefician a los poderosos, y los países menos pudientes se defienden ejerciendo un control mayor sobre la población de sus países, sobremanera la trabajadora. La mayoría de las leyes importantes de los estados se dictan por la presión de empresas transnacionales, cuyos presupuestos superan los de varios estados juntos. Los derechos laborales, en general, van desapareciendo.

El peligro que corre la naturaleza, las agresiones al medio ambiente y sus consecuencias alcanzan dimensiones globales, y empiezan a sonar las alarmas, de forma que el debate sobre la necesidad o no de cambiar de modelo social y económico va, poco a poco, subiendo de tono, cambio que, si llega a producirse, dejará en la cuneta, al menos temporalmente, a muchos necesitados. Cambiar alimentación por combustible, como supone la dedicación masiva de la cosecha de cereales para producir bioetanol, nunca será un progreso aceptable para quienes se van a ver desprovistos de su elemento básico alimenticio.

Los medios de comunicación social, como verdaderas industrias de manipulación de la opinión general que son, se han convertido en verdaderos sostenedores del sistema, del que obtienen grandes beneficios, y participan de todos las dinámicas de la empresa capitalista, convirtiéndose en transnacionales que sólo aspiran a que nada cambie para seguir disfrutando de su situación privilegiada.

Todo ello adobado con la filosofía de que todo es vendible, de que todo puede convertirse en mercancía, de que todo tiene un precio en dinero, filosofía que se extiende velozmente por la sociedad, calando en las conciencias de la mayoría de la gente.

Y de que “lo que importa es la ganancia”.

Nada de todo esto es consecuencia de la “natural tendencia del género humano a entablar sus relaciones de uno a otro confín, y a utilizar en su provecho los recursos naturales”, sino que es fruto de una hábil estrategia que permite utilizar el progreso humano en exclusivo provecho de unos pocos.

Los efectos de toda esa estrategia no son los mismos en todo el mundo ni para todos los ámbitos de la sociedad. Pero, para la mayoría de la población, son muy negativos.

Los Movimientos Migratorios alcanzan hoy cifras incontrolables. Puede haber más de 200 millones de emigrantes internacionales registrados en el mundo y más de 22 millones de refugiados, pero se desconoce el número de “sin papeles”. La mitad del total son mujeres. Los motivos por los que se emigra hoy son varios, la mayoría emigra por mejorar, pero, cada vez, son más los que emigran por desesperación (3.500 muertos al cruzar el mar, más 2.000 muertos por el éxodo en tierra para llegar al cayuco, antes de embarcar para la Península, es el balance del 2007). Ante esas cifras, quejarse de que de Cantabria salgan 7.000 personas al año, para mejorar su nivel de vida, parecería algo fuera de lugar, pero nadie abandona su tierra por capBoldricho, ni aunque sea para mejorar, menos aún si es por otras razones.

La emigración del campo a la ciudad es imparable. Se calcula que de ahora al 2030, más de 2.000 millones de personas emigrarán a las ciudades, con lo que la población urbana alcanzará los 5.000 millones, y ello supondrá un aumento incalculable de la miseria que la masificación de las ciudades genera.

Deslocalizaciones y Precariedad. Las empresas, cada vez, tienen más fácil “recoger los bártulos” e irse a instalar allá donde los trabajadores tengan menos derechos y sus salarios sean más bajos. El derecho a la “libre competencia” de las empresas está por encima de cualquier derecho de los trabajadores. Pero, antes, aprovechan al máximo las posibilidades de explotación de las trabajadoras y trabajadores autóctonos, apoyándose en las facilidades legales que les otorgan los gobiernos. En Cantabria hay 100.000 personas que necesitan trabajar, que quisieran trabajar de continuo, pero que no tienen trabajo fijo o están en paro. De ellas, la mayoría son mujeres y jóvenes. Quienes dependemos de un salario vemos cómo nuestros salarios pierden poder adquisitivo, cómo los servicios sociales cada vez son menos gratuitos, cómo el paro se mantiene como una enfermedad crónica, y cómo se evita que aumente, repartiendo el empleo, con contratos basura que, a su vez, producen más accidentes y, en general, más inestabilidad.

A nivel de empresa, los rasgos que mejor caracterizan la situación son la flexibilidad para los empresarios, que no es otra cosa que la desregulación, el suprimir normas o incumplirlas; el desmantelamiento de las grandes estructuras, subdividiéndolas en muchas empresas pequeñas, que actúan con autonomía y total independencia jurídica; la subcontratación de parte de sus funciones. Y todo, siempre, al servicio de las necesidades de la producción que son las que mandan, y de la obtención de la mayor ganancia posible.

Y la mayoría de los sindicatos, unos por impotencia, pero otros por un “sospechoso” convencimiento de que “las cosas son así y no hay quien las cambie”, se vienen acomodando, buscando beneficiarse lo más posible de la situación, tanto las organizaciones, como, individualmente, sus dirigentes.

¿Y la respuesta de los trabajadores?

Cada vez es más difícil, aunque, no por ello, deja de existir. Antes al contrario, con altibajos, y lentamente, el número de luchas de los distintos sectores populares de la población, en los rincones más insospechados del mundo, no sólo se mantiene, sino que va en aumento. Lo que es un signo de su rebeldía e inconformismo, de su vitalidad y ofrece un atisbo de esperanza.


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