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viernes, 17 de octubre de 2008

LO QUE SIGNIFICA LA JORNADA DE 60 HORAS PARA CADA TRABAJADOR Y TRABAJADORA

Durante años, el principio de ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para atender a las necesidades de la familia y otras de carácter personal ha sido algo comúnmente aceptado como razonable y exigible. Sin embargo, y sin llegar a la implantación de la pretendida jornada de 60 horas, en los tiempos actuales, la realidad de ese reparto del tiempo no tiene nada que ver con aquel principio. Pero imaginemos a Juan Pérez o Dolores García, trabajadores asalariados, tras la implantación de la nueva jornada.

60 horas semanales, 10 diarias, de lunes a sábado. Si las restamos de las 24 del día, les quedan 14, de las cuales deberían dedicar, al menos, 8 al sueño reparador, porque no son máquinas. Siempre hay un límite. De las 14, les quedan 6 para satisfacer otras necesidades físicas, comer, vestirse, y otras espirituales y sociales cuyo volumen y número vienen determinados por el nivel general de civilización. Eso, en términos generales. Pero la realidad más concreta nos dice que esas 6 horas de tiempo libre no son reales.

Dado el diseño urbanístico de nuestras ciudades, lo común es que en ir y volver del trabajo, la mayoría de los trabajadores emplee, como mínimo, una hora, media de ida y otra media de vuelta. Este tiempo no se considera tiempo de trabajo y se debe restar del que hemos llamado tiempo libre. A Juan y Dolores les quedan ya sólo 5 horas libres.

Pero, es que, además, Juan y Dolores se ven, permanentemente, en la necesidad de hacer cursos de adaptación a las nuevas tecnologías para ser competentes (que no competitivos) en su trabajo, o incorporarse a sistemas de formación continua que no se diseñan a la carta, que contienen tiempos muertos, que impiden el mejor aprovechamiento del tiempo personal. ¿Cuántas horas libres les quedan a Juan y Dolores? ¿Con qué talante pueden relacionarse con su pareja, con los hijos y suegros, con los amigos, después de una larga jornada en la que el mercado les ha obligado a trabajar en lo que no les gusta o para lo que ni siquiera están preparados? Pero, sobre todo, ¿qué tiempo le queda a Dolores, especialmente, para conciliar su vida laboral con la familiar, estando separada o simplemente porque su compañero no se ha apeado todavía de su posición de privilegio y no colabora en las tareas del hogar? (El trabajo no remunerado desarrollado en el hogar representa más del 25% del PIB y lo realizan casi siempre las mujeres). Está claro que Juan y Dolores podrían robar para el ocio algunas horas de su sueño. Pero también está claro que ir a ciertos trabajos sin haber descansado lo suficiente puede resultar fatal. La siniestralidad laboral es un cáncer que parece no tener cura. Uno de cada seis trabajadores cree que su trabajo tiene un impacto negativo para su salud y que la causa principal de ello es el exceso de horas de trabajo. De hecho, más de la cuarta parte de los que enfermaron el 2007 manifestaron, en la Encuesta de Población Activa, que su dolencia fue causada o agravada por el trabajo. Y si Juan o Dolores enferman, ¿se pondrán tranquilamente en manos de un médico que está trabajando 65 ó 78 horas a la semana? Y, si el trabajo de Juan y Dolores consiste en dar servicio directo a otros ciudadanos, pacientes, alumnos, o simplemente, consumidores ¿qué tipo de servicio serán capaces de ofrecerles trabajando en esas condiciones?

Al final, si les queda algún tiempo para el ocio (¿?), ¿serán capaces de organizárselo creativamente, fuera de las cadenas comerciales de consumo del entretenimiento?

Sarkosy dice que trabajando las 60 horas podemos enriquecernos. Pero, con esta Directiva nadie nos ha dicho que las horas que trabajemos de más se nos vayan a pagar.

Al final, resultará que Juan y Dolores sólo se sentirán libres en sus funciones más animales, comer, beber, engendrar, o lo tocante a habitación y atavío, sintiéndose, en cambio, en sus funciones humanas, racionalidad, solidaridad, libertad, como un animal. Lo animal se convierte en humano y lo humano en animal. “Se dice que nuestra época es el siglo del trabajo; y, efectivamente, lo es, pero, sobre todo es el siglo del malestar, del dolor, de la miseria y de la corrupción”.


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